sábado, 30 de mayo de 2020

El motín de Versace




“Ciudadano es el que participa de la facultad de legislar y juzgar”
Aristóteles (1)


Si el “Mejor Alcalde de Madrid”, alias Carlos III de España, levantara la cabeza y viera que más de dos siglos después de que su ministro de hacienda proclamara el bando que prohibía el uso de capa y chambergo, unos fantoches ataviados con banderas españolas preconstitucionales a modo de capa y enmascarilladamente embozados protestan soliviantados por las calles de Madrid, pensaría, acaso, que la historia se repite. 

El suceso histórico al que me estoy refiriendo es el conocido “Motín de Esquilache”, así llamado por tener como objetivo de la cólera y reivindicaciones de los madrileños al famoso Marqués de Esquilache. En aquella ocasión, y como ya adelantábamos en el párrafo introductorio de este artículo, el detonante de la revuelta fue la prohibición de uno de los atuendos habituales de aquella época, la capa larga y el sombrero de ala ancha. El aparente motivo de tal orden fue el de acabar con la inseguridad que tal vestimenta supuestamente fomentaba al facilitar el anonimato de los presuntos delincuentes. En 2020, sin embargo, el embozo ha sido prescrito de forma obligatoria por las autoridades precisamente por lo contrario, es decir, para preservar la seguridad, en este caso, sanitaria de los ciudadanos. Anécdotas aparte, esta no es la mayor divergencia entre la protesta de hace tres siglos y la que nos ocupa en el momento actual. El punto notorio y principal que las aleja es que, al margen de que la versión oficial de la época atribuyera a intrigas palaciegas varias el origen del motín contra el ministro siciliano, la verdad es que la rebelión ocurrida en 1766 fue de iniciativa popular. La carestía y privación a la que estaba sometido el pueblo madrileño hizo que las protestas desencadenaran uno de los, desgraciadamente, clásicos motines de subsistencia de la época. El alto precio de productos de primera necesidad, cuyas causas principales fueron una temporada de malas cosechas y el acaparamiento del cereal por parte de los grandes propietarios tras la liberalización del mercado del grano promulgada por Esquilache (2), convirtieron al ministro en diana principal de las reivindicaciones. Si bien es cierto, que la situación fue aprovechada por diferentes personajes de las altas esferas, entre los que se encontraban el Duque de Alba y el Conde de Aranda, en pos de sus propios intereses, la revuelta fue de origen intrínsecamente popular.

Sin embargo, las protestas acaecidas estas últimas semanas, tanto la del elitista barrio de Salamanca como la manifestación promovida el pasado fin de semana por VOX, forman parte de estrategias verticales que pretenden seguir una dirección desde el vértice hasta la base, es decir, desde los sectores acomodados hasta los más populares. La previsible recesión que se nos viene encima tras el frenazo que ha desencadenado la pandemia en la economía internacional y las medidas sociales previstas por el actual gobierno que incluyen la puesta en marcha del ingreso mínimo vital, han supuesto la excusa perfecta para lanzar toda la carga contra el gobierno de coalición de PSOE y Podemos. El objetivo de estas protestas no es otro sino el de instrumentalizar políticamente el desconcierto, el miedo y el descontento, lógicos, que se viven entre la ciudadanía. Teniendo en cuenta que VOX es la tercera fuerza en número de escaños en el Parlamento de nuestro país, podemos deducir que los votos que han aupado a esta formación van más allá de las fronteras del barrio de Salamanca y que hunden sus raíces hasta en el mismísimo Carabanchel Alto. Esta pandemia se ha convertido en la tormenta perfecta. En cuanto a desestabilizar gobiernos elegidos democráticamente que amenazan sus intereses, no me parece impropio, teniendo en cuenta los mimbres de esta formación, traer a colación lo sucedido tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936 cuando desde la Falange se dedicaron a pergeñar todo tipo de acciones destinadas a acabar con el gobierno republicano de Manuel Azaña, tales como acusarlo de comunista  y de seguir los dictados de la URSS. Se dice que los pueblos que no conocen su historia están destinados a repetirla y, sin duda, el nivel de analfabetismo histórico, y de otras índoles, de nuestro país es terrorífico, desconocimiento que es terreno abonado para las semillas venenosas que siembra la ultraderecha. Es desde esta ignorancia desde donde cunden las proclamas de Rocío Monasterio, cuando concluye que el gobierno nos tiene sometidos a un estado de excepción mientras ella se manifiesta a sus anchas alentando a saltarse las medidas de esta alerta sanitaria, mientras que los suyos, decretaron un auténtico estado de excepción en enero de 1969, 30 años después de finalizada la Guerra Civil, con la clara intención de coartar la libertad de expresión ante las protestas del movimiento estudiantil. Escalofriante…

Como escalofriante es, pensar que esta crisis podría estar gestionada por otro tipo de coalición que los incluyera a ellos. No es la intención, no obstante, de este artículo valorar la gestión que de esta crisis ha llevado a cabo el gobierno. Creo que son variadas las críticas que se le pueden achacar, pero, insisto no es objeto de este texto entrar en la actuación de Sánchez y su equipo, tiempo habrá de profundizar en ello más adelante. Lo que ahora me preocupa es que, ante la inminente crisis económica que se cierne sobre nuestras cabezas, mis compatriotas puedan llegar a pensar que en otras manos estaríamos mejor, así como que esta crisis hubiera estado mejor dirigida por aquellos que con sus recortes diseñaron un escenario que la ha complicado, dramáticamente, aún más. Lo que me inquieta es que haya gente que aplauda a Casado cuando dice que el ejemplo a seguir es el de la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, insigne representante de la función pública que asegura que los techos altos de IFEMA ayudaron a la recuperación de los enfermos y que la “D” de las siglas del virus se refiere a la fecha de inicio de su propagación. Si los madrileños de hace tres siglos se encontraban bajo el gobierno de lo que se definió como despotismo ilustrado, los del siglo XXI se hallan bajo el mando del “despropositismo desinformado”. Si el lema del despotismo ilustrado era “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, ahora es “todo supuestamente para el pueblo pero con su connivencia e ignorancia”. Es importante recordar que tras el motín de 1766, el rey, huido a Aranjuez, concedió todas las reivindicaciones exigidas, pero que cuando el Conde Aranda sustituyó al desterrado Marqués de Esquilache, el edicto del rey quedó anulado; Madrid se convirtió en una plaza militarizada con la vuelta  de la guardia valona y los precios de los alimentos siguieron altos. Pero los tiempos  han cambiado y no existe motivo para la preocupación, el abastecimiento en Madrid está garantizado gracias a los menús de Telepizza de los que tanto se precia Ayuso y porque el tataraloquesea de Carlos ha ido a Mercabarna a felicitar a los que se parten el lomo cada día mientras Letizia le dice a Leonor que sople si la sopa quema. Aunque atención, no se dejen engañar por el más infame casticismo populachero de la ex-community manager de Esperanza Aguirre cuando asegura que los niños madrileños están “jartos” (es realmente emocionante el adecuado manejo que tiene de nuestra lengua) de estar encerrados, ella también amenaza, “lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma”. Así, al más puro estilo del fundador de su partido cuando dijo aquello de “la calle es mía”.

El Motín de Esquilache tuvo lugar en pleno Siglo de las Luces, momento en el cual se reivindicaba el triunfo del logos. En nuestros días, sin embargo se apela al pathos, a la emoción, incluso se va más allá, en un ejercicio de puro despojo intelectual, se apunta directamente a las vísceras. Sin embargo, y a pesar de que todos, en mayor o menor medida, estamos desconcertados, cansados, perdidos, es justamente ahora cuando deberíamos reflexionar más para no dejarnos arrastrar por la emoción más desbordada. Desde que se inició el confinamiento, ha sido interesante navegar, intentando sortear todo tipo de escollos, por las diferentes reacciones que la gente ha ido compartiendo en sus redes sociales. Me ha llamado particularmente la atención comprobar cómo personas que se alinean del lado de posiciones progresistas o de izquierdas han compartido informaciones absolutamente descacharrantes, tanto por su valor ético como informativo, que han sido difundidas por medios o fuentes opuestos a sus endebles “fundamentos” ideológicos, dejando en evidencia, que los valores sí tienen precio cuando se trata de los intereses particulares. De igual manera, ha sido patético el cierre de filas sin fisuras que se ha producido en torno a la destitución del coronel Pérez de los Cobos  desde las filas de los, previsiblemente, votantes de la coalición al mando del gobierno cuando, al margen de la veracidad del informe redactado por una unidad de la Policía Judicial, es evidente que su destitución se ha producido por motivos políticos; cuando ese trata de “los nuestros”, nos ponemos las orejeras y seguimos la senda por otros trazada. “Sapere Aude”, “atrévete a saber”, nos animaba el gran pensador de la Aufklärung alemana, Immanuel Kant. No nos dejemos arrastrar por consignas que no nos pertenecen o que no soportan ni el primer combate dialéctico con nuestra propia reflexión personal. 

En la película de Josefina Molina dedicada al controvertido marqués siciliano, hay una escena en la que el Marqués de Ensenada (Ángel de Andrés) le dice a Esquilache (Fernando Fernán Gómez), “el pueblo siempre es menor de edad”. Este responde, “pero no porque siempre es menor de edad, sino porque todavía es menor de edad”. En el momento actual, y dada la irresponsabilidad política y personal a la que hemos llegado, soslayando la posibilidad de tomar decisiones cuyo alcance vaya más allá de nuestra burbuja solipsista, tal vez habría que darle la razón a Ensenada. No hay que dejar de considerar, no obstante, que, en esta época donde desde las diferentes ofertas tecnológicas se nos inunda a inputs y se nos satura de datos, es del todo comprensible que nos sintamos aturdidos a la hora de seleccionar, de discriminar, de decidir, pero una cosa es eso y otra bien distinta dejarse embriagar por las notas, en muchos casos chirriantes, de cualquier diletante candidato a flautista de Hamelín. Esa es la opción cómoda, fácil y a la que el sistema, ingeniosamente perverso, nos aboca cada vez más. El ocio, el teletrabajo, la protesta, todo está en la red, todo a un golpe de click. Nuestra relación con el afuera está mediada por la pantalla, mostrándonos una realidad aséptica que no mancha ni salpica. El confinamiento es anterior a esta pandemia, es un espejo gigante donde queda reflejada una dinámica relacional que ya era cada vez más virtual. Si al encierro le añadimos además la desconfianza que ha generado esta crisis en el plano personal, esta reclusión en nuestras celdas abona el camino hacia la disgregación y hacia la desactivación política y social, el ágora parece definitivamente perdida (3). Unas celdas que, por otro lado, nada tienen que ver con aquellas donde se recluían nuestros místicos en la búsqueda de la perfección espiritual, sino en las que se prima la satisfacción de una materia que se aleja de la corporeidad, de la sensación y de la emoción del otro, en la búsqueda incesante del estímulo que está por llegar. La red es la caverna platónica y la pantalla, la pálida sombra de la realidad. Mirar afuera es arriesgarse a que nos ciegue el brillo de la reflexión, de la duda, de la vida, que nos cuestiona y nos apela a cada instante. Atemorizados ante lo que implica la decisión, la libertad, confiamos en algoritmos que predicen nuestros gustos y hasta nuestros miedos. Ensenada tenía razón, somos una sociedad infantilizada. Infantilizada y de idiotas (4)

Y sin embargo, urgen más que nunca ciudadanos mayores de edad, aquellos que dudan, que cuestionan, que ponderan diferentes alternativas y son ecuánimes en el juicio a los demás. El lamentable y bochornoso espectáculo al que nos someten a diario nuestros infames representantes políticos, en un continuo enfrentamiento directo a la yugular, debería hacernos reaccionar, salir de la platea en la que cómodamente nos hemos pertrechado como espectadores, cuando en realidad no somos más que las marionetas de un guiñol que otros mueven a su antojo. Títeres sin cabeza, sólo cuerpo del Estado, del gran Leviatán. Que piensen otros, “que para eso les pagamos”. Y ahí están, recibiendo estipendios escandalosamente obscenos, encumbrados por nosotros mismos en una posición de prestigio económico, social y; oh Palas Atenea, líbranos del mal; intelectual.

Tal y como comenta Pedro Olalla en su libro Grecia en el aire (5), el gobierno de nuestra sociedad se asemeja más a aquel senado romano compuesto por patricios que a la democracia de la polis ateniense, donde ser ciudadano te confería el privilegio de participar activamente en la vida política, donde cualquiera podía proponer una ley que más tarde sería sometida a votación en la Asamblea; hoy en día nuestra sacrosanta Constitución está prácticamente blindada, atada y bien atada, ante cualquier tipo de reforma. Cierto es que no se puede equiparar la organización de nuestros modernos estados al gobierno de aquella tierra ática, cuna expoliada y esquilmada de nuestra civilización, pero como reflexiona de nuevo Olalla al recordar aquel tiempo mítico, a la vez que nos invita a buscar mecanismos que vuelvan a dotar de significado a nuestra democracia,“tal vez pueda decirse, […] que aquellos hombres [….] vivieron demasiado para el Estado; pero cabría preguntarse si nosotros, en nuestra acomodada renuncia, no estaremos viviendo en exceso … para el sistema (6). 

Dejemos de ser súbditos y seamos ciudadanos. 

(1):  Aristóteles, Política, 1275b18
(2):  El acaparamiento del producto tenía como objetivo ver aumentado su precio
(3): El historiador Álvaro París Martín habla de la importancia de los vínculos sociales en la subsistencia cotidiana de la comunidad durante el siglo XVIII y cómo a partir de ellos es posible la movilización popular, citando como ejemplo el Motín de Esquilache: “El elemento que hacía posible sobrevivir en Madrid era la solidaridad entre los de abajo, los vínculos familiares y de paisanaje, las redes informales de microcrédito. Las fiestas, los juegos, las tabernas, la música y las conversaciones en los mercados o plazuelas, alimentaban la vida de unas comunidades populares que aún no habían sido sometidas a la disciplina y la moral capitalistas. Por eso la protesta (como se observa en el motín contra Esquilache) estaba inserta en los ritmos de la fiesta y la cultura popular.”. Fuente: https://somosmalasana.eldiario.es/lo-majos-y-las-manolas-podrian-ser-el-equivalente-de-los-canis-o-las-chonis-de-hoy/
(4): La palabra idiota proviene del griego ἰδιώτης (idiotes) y se usaba para referirse a aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados.El vocablo también era usado en latín y significa ignorante.
(5):  Olalla, P. (2015). Grecia en el aire. Acantilado
(6):  Olalla, P. (2015). Grecia en el aire (p.73). Acantilado



miércoles, 18 de octubre de 2017

Se rompe España
Añicos de una patria, de jirones por bandera
Se va en ceniza, humo y espanto
Se va en anhelo, a golpes acallado
Se va entre las grietas desde las que asoman sarmientos
que no fueron plantados
Se va con la juventud educada en un futuro que nunca existió
Se va con el desprecio a las manos que peinaron  nuestras trenzas
Y labraron nuestro bienestar en zapatillas de cáñamo
Se rompe España, dicen
Y a mí me tiembla el cuerpo con un viejo dolor
Esquirlas angustiadas de huesos que se quieren anónimos
De cuerpos enterrados sin llanto, a horas frías e impunes
Se rompe España
Y a mí me duele la tierra, que es de quien la trabaja
La tierra que mancha las manos
Esa es mi patria
Las manos que se afanan  cada día
Por traer el pan con dignidad a la casa
Esa es mi patria
Las manos que unidas apagan la codicia
Mientras se aviva el calor
De los que comparten al alba la mañana
Esa es mi patria
¿Se rompe España?

lunes, 21 de agosto de 2017

Derivadas, desviadas e integrales


Hace unos días escribí una entrada sobre el asunto de la gestación subrogada. Es un tema con muchas aristas y caras, como se puede comprobar de la extensión de mi texto. Tanto es así que decidí dejar parte de las notas en las que me basé para escribirlo para un spin off basado única y exclusivamente en la cuestión de género.

En la anterior entrada me centré en la cuestión mercantil del asunto y en la consecuente explotación de la mujer en situación precaria ya que es lo que resulta más inmediato y evidente. Pero a medida que iba recabando información sobre el tema y observando las plataformas desde la que se reivindica el “derecho a la gestación subrogada”, me di cuenta de que era ineludible tratar también sobre la cuestión de género.

Y es que, por mucho que desde las manifestaciones del mundo LGTBI se proclamen los derechos de todo el colectivo con todas sus letras, cuando lees la ídem pequeña de asociaciones como la de SNH, observas que este llamado derecho se circunscribe al hombre solo, a la pareja homosexual masculina y a la mujer con incapacidad de gestar “bien por tener contraindicado el embarazo, bien por malformación, pérdida o lesión del útero”. Es decir, ni rastro de la “T” y de la “I” de los transexuales e intersexo. Total, la “T” son dos palos apenas visibles y la “I” es una latina que no copula.

Perdonad la bromita, ya me conocéis, sino le pongo un poco de sazón a la vida me agrio como el vinagre picado y al que me prueba le sienta muy mal. La verdad es que la cosa no tiene ni pizca de gracia. Tanta reivindicación, tanto hablar  de que la maternidad/paternidad nada tiene que ver con la biología ni con la anatomía, tanto rollo con los nuevos tipos de familia …, para luego seguir fomentando la pervivencia del género binario y biológico, esa concepción que considera al hombre como XY y a la mujer como XX.

Además, entre l@s candidat@s a gestantes de la maternidad subrogada no hay hombres XX, es decir, hombres transexuales que cromosómicamente nacieron con este genotipo, pero que se identificaron posteriormente con un género masculino, y que conservaron los órganos internos y externos que les permitirían una gestación . Tampoco personas intersexo.

Todo ello nos lleva, a pesar de una pretendida apertura hacia nuevos conceptos y formas de hacer, a la eterna consideración de la mujer como “necesaria para el crecimiento de la raza humana”[1], perpetuando el modelo capitalista-heteropatriarcal en el que la mujer queda definida principalmente por una estricta función fisiológica, por su capacidad gestacional, tal y como mencionábamos en la entrada anterior.

De manera que, ateniéndonos a  la consideración que tiene este colectivo de la paternidad /maternidad como un derecho, es un derecho que se otorga en función de un genotipo determinado, que te asigna un sexo e incluso un género en el momento de nacer. Asimismo, las candidatas a gestantes deben ser unas perfectas XX genotípica y fenotípicamente. Tal y como comenta Jodi, una de las gestantes subrogadas, “les dije a mis hijos lo buena que era haciendo bebés y lo grande que se ponía mi tripa”. Una buena hembra, en definitiva.

Añadiendo algo más de información al posible anuncio de las agencias a las que aludíamos en la primera entrada, podríamos decir: “se buscan úteros en contenedores femeninos con voluptuosa forma de botella clásica de Coca Cola sin posibilidad de reciclaje a vino peleón. Colas locas, abstenerse”.

Visto lo visto, por mucha sigla y mucha reivindicación enmarcada en la diversidad, la maternidad-gestación subrogada sigue fomentando el modelo en el que “tanto el género como el sexo son construidos por la ley de heteronormatividad”, la cual cosa resulta cuando menos paradójica, dado el considerable porcentaje de padres de intención homosexuales.

Judith Butler es una de las autoras más conocidas de la “teoría queer”. La teoría queer, siguiendo el hilo lanzado por Simone de Beauvoir en “El segundo sexo” según el cual “no se nace mujer, sino que se llega a serlo”, considera que tanto el género como el sexo no son identidades previas en las que se inscribe el individuo, sino que son fruto de la construcción social. Sexo y género son actos performativos y, por lo tanto, es posible revertir los parámetros sociales que los definen en aras de esa regla heteronormativa que rige nuestra existencia y que está destinada a la perpetuación de la especie, del obrero, del consumidor.

La teoría queer, por tanto, no considera el sexo ni el género como categorías cerradas (homosexual, mujer, transexual..), es por ello que Butler habla de “deshacer el género”[2]. “El movimiento “queer” es post-homosexual y post-gay. Ya no se define con respecto a la noción médica de homosexualidad, pero tampoco se conforma con la reducción de la identidad gay a un estilo de vida asequible dentro de la sociedad de consumo neoliberal”[3], tal y como explica Paul B. Preciado.

Una sociedad de consumo que ha convertido una orientación sexual anteriormente proscrita en una oportunidad de mercado, tal y como demuestra el volumen de negocio que supone la celebración del Día del Orgullo Gay. Día del orgullo gay, repito, porque a pesar de que en los últimos años se hayan incluido otras siglas, la visibilidad se continúa dando al hombre homosexual occidental blanco de clase media-alta.

Resulta inquietante y pesaroso que sea precisamente esta, afortunadamente, cada vez más aceptada orientación sexual, desde donde se esté alentando al fortalecimiento de la regla heteronormativa, por paradójico que suene. Me atrevo a decir, que el colectivo gay ha caído en la trampa de la inteligibilidad de la que habla Butler, ese deseo de reconocimiento social, comprensiblemente humano, que te inscribe en el ámbito de la familia y el matrimonio.

Justamente en el sentido contrario a las aspiraciones queer donde “ya no se trata de pedir tolerancia y hacer perfil bajo para poder acceder a las instituciones heterosexuales del matrimonio y la familia, sino de afirmar el carácter político (por no decir policial) de las nociones de homosexualidad y heterosexualidad poniendo en cuestión su validez para delimitar el campo de lo social”[4]. Dos colectivos supuestamente coincidentes en sus reivindicaciones de cara a la galería, pero con caminos divergentes.

En el fondo, nos hallamos de nuevo en un juego de poder y sumisión del hombre sobre la mujer en el que aparece como blanco de la disputa la capacidad de gestación de la mujer. Capacidad de gestar sobre la que el hombre XY, también los XX como veremos en el párrafo siguiente, ha pretendido ejercer su dominio desde hace siglos. Desde que se echó a la partera del lugar de nacimiento y entró el hombre, médico y sabio, tal y como nos explica Silvia Federici. “Con la marginación de la partera, comenzó un proceso por el cual las mujeres perdieron el control que habían ejercido sobre la procreación, reducidas a un papel pasivo en el parto, mientras que los médicos hombres comenzaron a ser considerados como los verdaderos “dadores de vida”.

Posibilidad da dar vida de la que se jactan algunos de los  “nuevos hombres XX” desde una identidad de género que les sitúa en el lado de la balanza ante el que se sigue inclinando la norma social y de la que se sigue excluyendo a la mujer. Así podemos citar el ejemplo de Trystan Reese, hombre transgénero que junto a su pareja homosexual comentan felices tras la llegada de su hijo (sí, distinguen al bebé en masculino), “la próxima vez que alguien te diga que un hombre no pueden tener bebés, mostradles este vídeo”.

El patriarcado no discrimina según la orientación sexual, sino según  la identidad de un género binario desde el que se sigue haciendo uso y abuso de uno de ellos, el de la mujer. De manera que me atrevo a decir que, en las actuales circunstancias, podemos hablar perfectamente de homopatriarcado.

La identidad de género como frontera de discriminación y exclusión.

Pareciera que la solución estuviera en esa indefinición de género, ese no género en el que se mueve la teoría queer y que pretende suavizar los contornos, difuminar los límites de la desigualdad y la marginación.

Si así fuera, solicito desde ya que en mi carné de identidad se cambie la “M” por la “N” de neutro. Sin embargo, mucho me temo que en tanto que parte de esa comunidad de brujas ancestral, misteriosa, nocturna y bajo del influjo de la luna, seguiremos siendo perseguidas y reguladas por nuestra capacidad de gestar.

En definitivas cuentas, y a pesar del aparente desvío respecto al fondo de la entrada anterior, nos hallamos de nuevo ante la cuestión de la mujer. La mujer explotada, la mujer abusada, la mujer usada en virtud de un genotipo determinado, donde no hay lugar para la performación de la que habla Butler porque al margen de identidades, encontramos las definiciones, aquellas que nos siguen caracterizando por nuestra potencialidad para ser preñadas. De la potencia al acto que “la sanción social compele a dar[5]” donde, empleando las palabras de Butler, con resultado contrario, no hay espacio para “cuestionar su estatuto cosificado”.

La mujer en tanto que cuerpo, en tanto que anatomía, en tanto que genotipo unificado e integral, donde las derivadas y desviadas quedan excluidas del catálogo de úteros deseable y requerido ante las necesidades de tercerOs, donde sí cuenta la flexión de género.

Advierte, no obstante, Butler que “en este esfuerzo por combatir la invisibilidad de las mujeres, las feministas corren el riesgo de traer a la luz una categoría que puede o no ser representativa de la vida concreta de las mujeres”. Estoy de acuerdo hasta cierto punto, pues en cuanto persona XX nunca me he sentido encuadrada en la esfera de la maternidad. Todavía me sonrojo, por vergüenza ajena, cuando alguna mujer me dice que no me preocupe, que aún estoy a tiempo de ser madre. Pero una cosa es el concepto del que muchas llevamos largo tiempo intentando  desatarnos y otra cosa es la posibilidad fisiológica, de nuevo la capacidad gestacional, que nos sigue señalando como hogar de embriones propios o ajenos. Y es desde esta posibilidad desde la que la categoría mujer continúa siendo válida, aquí discrepo con Butler, no ya como categoría distintiva binaria, sino como sujeto discriminado, usado y abusado.

Ciertamente comparto la preocupación de la autora respecto a que “la diferencia sexual no se vuelva una cosificación que involuntariamente preserve una restricción binaria de la identidad de género”. Inquietud que se acrecienta al observar las consideraciones que se hacen respecto a los candidatos a padres de intención que se hacen desde SNH, como ya he comentado antes y que ponen de manifiesto que la pervivencia del género binario también es cosa del homopatriarcado.

“Para garantizar la reproducción de una cultura dada” (Butler), ya no es condición sine qua non “la reproducción sexual dentro de los confines de un sistema matrimonial heterosexualmente fundado”. La integridad de la familia como núcleo de difusión y perpetuación de un sistema mercantilizado, ordenado y regulado de acuerdo a la capacidad adquisitiva de sus miembros; está garantizado al margen de las derivadas de la orientación sexual. Los deseos particulares incumben en cuanto bien de consumo. El género del consumidor es lo realmente importante a la hora de sancionar el ámbito de lo posible.

Derivadas, desviadas e integrales. Mujeres todas. Objeto de exclusión, objeto de consumo, objetos. Si además eres una XX con útero, serás cosificada como máquina reproductora de otras personas que serán clasificadas en código binario, incluso antes de su nacimiento.

Ser mujer es lo que distingue y diferencia, como esa oposición al otro de la que hablaba Beauvoir. Ser capaz de gestar es lo que a algunOs les importa.


[1] Silvia Federici. “Calibán y la bruja”. Capítulo II, página 24

[2] Judith Butler. “Deshacer el género”. Paidós, 2006

[5] https://lamalcria.files.wordpress.com/2014/09/butler-judith-actos-performativos-y-constitucic3b3n-del-gc3a9nero-1990.pdf

Se gesta a los embriones de los otros


Siempre he vivido de alquiler, nunca he tenido un piso de mi propiedad. Hubo un tiempo en el podría haberme aventurado a tener una hipoteca, ya sabéis, en aquella época en la que se concedían alegremente sin demasiados miramientos en cuanto a la idoneidad de los solicitantes, pero me educaron responsable y el tema nunca me pareció que contara con las garantías suficientes como para no salir perdiendo.

Para encontrar vivienda, he recurrido a oficinas inmobiliarias, ya sea a través internet o de carteles de agencias situados en el mismo piso, ya sabéis, esos de “se alquila piso” con el número de teléfono debajo.

Nunca me ha gustado tratar con el propietario directamente. Una vez, conocí a uno de ellos, que hacía “casting de inquilinos”, a petición suya. Era un señor muy majo, pero muy pesado y el hecho de que tuviera mi número de teléfono personal, al final, resultó ser un engorro. La verdad, para estas cosas, yo siempre he preferido el trato con las agencias destinadas a tales fines. Una firma el contrato, deposita su fianza y así, cuando se va del piso, todo se resuelve con la misma asepsia profesional. Aquí dejo las llaves, aquí dejo el piso y ustedes ya se encargarán de gestionar su devolución al dueño correspondiente. Y una vez verificado que todo es correcto, mi fianza y arreando.

Mi primer piso estaba en el Pasaje Costa. El Pasaje Costa es un micro-mundo dentro de un barrio que por lo demás resulta bastante convencional. En el edificio que estaba enfrente del mío vivían unas chicas transexuales muy divertidas y, porqué no decirlo, peculiares. Un día, iba hacia casa y al final del pasaje las vi llegar con un bebé en brazos dándole de mamar. Como soy miope y lo mío son las distancias cortas, esto fue lo que acerté a ver. Me quedé en shock hasta que finalmente pude comprobar que se trataba de un muñeco. Qué locas maravillosas… Ay el Pasaje Costa. No en vano allí residió en sus tiempos mozos Salomé. Sí, la de vivo cantando, hey, fleco arriba, fleco abajo. El imperio de la pluma, la lentejuela y el cabaret estaba servido ya desde entonces.

Ignoro si detrás de la broma de las chicas trans se ocultaba el deseo de una improbable maternidad. En cualquier caso, de eso han pasado ya casi veinte años y ahora esa improbabilidad se podría tornar en factibilidad gracias a la llamada gestación subrogada.

La gestación subrogada, o en la denostada denominación de la que sus partidarios abominan, el vientre de alquiler, se incluye dentro de las técnicas de reproducción asistida, pero en el estado español no es legal y no está recogida en la ley a tal efecto. La gestación subrogada supone que una mujer va a ser la encargada de gestar y parir el hijo de otra/s persona/s, que es / son las que se reconocerá/n como padre o madre de la criatura. En definitivas cuentas, que el hecho de gestar y parir una persona no te convierte en madre de la misma por dos cuestiones: porque no comparte código genético contigo y, lo que es más importante, porque previamente a la implantación de ese embrión has llegado a un acuerdo con los padres finales para que al final renuncies al niño gestado.

Sí, renuncia, porque por mucho que los partidarios y me atrevo a llamar, usuarios de este, sí de nuevo, servicio expliquen que no se trata de una renuncia[1], si seguimos el principio del derecho “mater semper certa est” (la madre es siempre conocida), la maternidad es un hecho biológico evidente en razón del embarazo.

Simone de Beauvoir aseguraba que “es imposible asimilar lisa y llanamente la gestación a un trabajo o servicio”, pero cuando la filósofa francesa escribió “El segundo sexo” en 1949 se estaba refiriendo al tipo de gestación que durante siglos hemos entendido como convencional. Sin embargo, si desvinculamos la gestación de la maternidad, como en el caso de la gestación subrogada, sí que podemos hablar en los términos de prestación que la autora no consideraba.

Es por ello, que después de reflexionar sobre el tema, he concluido que para mí es preferible denominar al asunto de manera que se subraye el carácter de transacción que en el fondo tiene el tema, por mucho que se la quiera revestir de eufemismos tranquilizadores de conciencias. Por este motivo prefiero calificar el proceso como alquiler de un vientre o de un útero antes que de gestación subrogada. Aunque el término subrogada ya implica el sentido al cual me refiero, optaré por los términos que comentaba para no verme envuelta en la pegajosa tela de araña de los argumentos aportados por asociaciones como la de “Son nuestros hijos” (SNH).

Que se trata de un alquiler lo demuestra el hecho de que en gran número de casos media un intercambio económico. De hecho en la propia página de SNH se reconoce que aunque “se rechaza la subrogación comercial. Si bien es lógico que se realice una compensación económica, o de otra índole, a la gestante por las molestias y el esfuerzo que el proceso conlleva”. Paradójica e inquietante la calificación de “molestias” a todos los trastornos biológicos que una mujer asume durante un embarazo. También me produce escalofríos la palabra “compensación”, pues me sugiere algo así como una especie de indemnización similar a las que las aseguradoras hacen por desperfectos a terceros o la que se efectúa tras la expropiación de unos terrenos.

La ambigüedad con la que se nos expone el proceso desde la página de SNH se vale también de los testimonios de las gestantes. Nos aseguran que lo hacen por pura solidaridad con otras personas que no pueden acceder a la maternidad o a la paternidad desde su propia biología / anatomía (llama la atención, por cierto, que se trata todas ellas de mujeres blancas occidentales). Algunas aseguran además, en un alarde “curioso” de su desvinculación económica con el asunto, que su estatus es superior al de los padres demandantes.

Supongamos que estamos dispuestos a conceder como creíble el hecho de hay mujeres que están convencidas de pasar por el esfuerzo ímprobo de un embarazo y un parto, con todo lo que entraña para su salud, incluyendo el riesgo de su propia vida, para un desconocido y sin dinero de por medio Creo que aún considerando como cierta esta posibilidad, podemos suponer, con poco riesgo a equivocarnos, que el número de mujeres decididas a llevar a cabo esta dura tarea sería bastante marginal respecto al número de demandantes.

No obstante, para la estructura capitalista esto no supone un problema. El engrasado engranaje del sistema se pone en marcha para poder satisfacer las demandas de este grupo de mercado. Es así como ya funcionan un número de agencias internacionales que se encargan de gestionar todos y cada uno de los pasos del proceso y de localizar a gestantes que, no nos quepa duda, se prestarán por pura y exclusivamente necesidad económica. Negar esto es tildarnos directamente de ingenuos. Por otro lado, considerar la mera existencia de estas agencias intermediarias ya nos sitúa ante el tema estrictamente económico. Serían algo así como los administradores de fincas que median entre el inquilino y el propietario.

Dado que, dejando al margen ese ínfimo grupo de mujeres a las que hemos decidido aceptar como las “solidarias”, se trata de un contrato en el que se van a estipular una serie de condiciones y en el que la mujer gestante va a recibir un dinero a cambio, me reitero en que la denominación de alquiler  de útero resulta la más ajustada.

De esta manera, y estableciendo un paralelismo con anuncios de pisos, las agencias destinadas a tales fines se podrían publicitar con el siguiente eslogan, “se gesta a los embriones de los otros”. Sí, no me he equivocado, se gesta, no se gestan a pesar de que embriones está en plural. Permitidme la cuña lingüística, viene a cuento. “Se gestan embriones” sería una construcción pasiva refleja en el que el complemento agente, la gestante en este caso, desaparece de la frase aunque intuimos que se trata de ella. Sin embargo, “se gesta a los embriones” es una frase impersonal. Aquí, desde el punto de vista sintáctico, no hay sujeto ni agente, ni nada que aluda a una intervención humana definida o presumible. La partícula “se” alude a un participante indefinido que se apropia del lugar del humano o de … la máquina.

En la página de SNH se nos presenta un escenario ideal en el que, además de la declaración de no lucro de los testimonios de todas y cada una de las gestantes, estas hablan de la relación especial que han establecido con los llamados padres de intención (así se denomina a las personas que finalmente figurarán como padres legales del recién nacido).  Comentan que junto con ellos han establecido una gran familia allende fronteras. Es manifiesto que el concepto de familia es mucho más amplio en la actualidad que el del tradicional matrimonio heterosexual, pero, seamos un poquito realistas. ¿Alguien cree que este tipo de vínculo afectivo se puede dar en el caso de las gestantes, su mayoría, que se ven abocadas a realizar este servicio por razones de pura y exclusiva necesidad? Y lo que es más, si los padres de intención no tuvieran que recurrir a este tipo de proceso, ¿pensarían su modelo de familia en estos términos?

En cualquier caso, una gran familia siempre y cuando, como ya hemos comentado, se renuncie a lo que desde la página de SNH  definen como “filiación natural”, que se distingue de la social por la intencionalidad de esta última. Es decir, que la maternidad o paternidad deberá ser asumida legalmente en el caso de que haya existido el propósito previo de ser padre o madre. Francamente, me parece un concepto arriesgado ya que abre la veda a la no asunción de responsabilidades a la que se debe todo adulto.

Me hace pensar en las tan traídas y llevadas demandas de paternidad, que últimamente han adquirido cierto glamour con el caso Dalí, en las que la mujer siempre queda como una buscona que pretende mancillar el nombre del honorable caballero que la preñó. Creo que cualquier adulto que se precie de serlo debe asumir sus actos, consideraciones económicas al margen. Por cierto, espero que la prueba de positiva en el caso de Pilar Abel, más que nada por dar en las narices a esos burgueses del heteropatriarcado y de las altas culturas que se han dedicado a desacreditar a la señora a la que se refieren como “la pitonisa”. La cuestión es dejar siempre a la mujer como una mamarracha, como una doña nadie o como un útero sin alma.

Pero perdón, que me voy del tema, as usual. Aprecio varias contradicciones en la página de SNH, entre ellas la consideración que tienen de la paternidad / maternidad. Por un lado dicen que la social, la asumida e intencionada, “no precisa de consanguinidad”, pero por el otro existe la exigencia de que al menos uno de los padres intencionales aporte su material genético.

Así, una pareja homosexual puede aportar el esperma de uno de ellos para que junto con el óvulo de una donante, una tercera mujer, la gestante subrogada, geste el embrión, ya que como aseguran “el material genético es intercambiable y aleatorio”. De nuevo un asunto que me pone un poco los pelos de punta, pues me parece vislumbrar la cercanía de un modelo eugenésico en el que las características del futuro hijo sean elegidas a gusto del consumidor, basadas en catálogos de mujeres donantes y gestantes.

Creo que va siendo hora de dejarnos de edulcoramientos infantilizantes y admitir que en el caso de considerar como válida la fórmula de la maternidad subrogada, lo más ajustado, atendiendo a los parámetros que la definen es atenernos a la más pura asepsia y distancia, aquella que sitúe a cada uno de los intervinientes del proceso en su justo lugar. De hecho, los partidarios del asunto, hablan de la cesión de la “capacidad de gestar” de las mujeres embarazadas. Así, sin ambages. Su capacidad de gestar, en un alarde de deshumanización francamente impactante (luego les molesta el término vientre de alquiler porque atenta contra la dignidad de la mujer). Como si detrás de todo eso, no hubiera una mujer que está implicando su salud, física y emocional, al completo. Visto así, parece cada vez más cercano ese futuro que nos auguraba Huxley en “Brave New World”, donde los humanos eran cultivados en un criadero de Londres. De ahí que en párrafos anteriores me haya referido a la máquina.

El panaroma no resulta muy atractivo si asumimos de una buena vez que el grueso de las mujeres gestantes se prestarían bajo prestación económica de por medio y que por lo tanto la decisión de formar parte de este tipo de proceso no se haría desde una posición de libertad, como se publicita desde SNH, sino desde una situación de debilidad y apuro vital, que confinaría a estas “mujeres al trabajo reproductivo[2]”.

Creo entender  el deseo urgente, primario, ardiente de querer ser padre o madre, a pesar de que, puntos de partida claros, yo nunca he querido serlo. Conozco a dos parejas heterosexuales que se embarcaron en el zozobrante viaje, para la mujer por encima de todo, de la fecundación in vitro. Fue una travesía en el desierto que les llevó a recorrer exhaustos miles de kilómetros en busca del ansiado oasis, que finalmente consiguieron.

Hablo de deseo y no derecho. El deseo de ser padre o madre, que no el derecho de. Otra cosa es hablar de los derechos reproductivos que se contemplan en la ley de reproducción asistida y a los que parejas homosexuales masculinas y mujeres que no pueden llevar a cabo una gestación demandan su acceso.

Mi opinión acerca de ello. Ellos hablan de discriminación por no estar incluidos dentro de las posibilidades que la ley contempla, pero, sinceramente, yo creo que hacen un poco de trampa porque no se pueden equiparar los supuestos que la ley contempla con la situación que ellos plantean. Básica y fundamentalmente porque la persona demandante no es la que se hará cargo de la gestación de la futura vida. Cuestión que nos sitúa ante el escenario económico y marginal que hemos expuesto.

No sé, vivimos en sociedad y lamentablemente no podemos dejar nuestra cotidianidad a la buena voluntad de nosotros mismos o los que nos rodean. Las leyes cumplen esa función que regula derechos y deberes, pero también es cierto que tanta reglamentación no hace sino pervertir en muchas ocasiones el natural devenir de la existencia. Una existencia que al parecer carece de sentido al margen de la maternidad tal y como, aseguran las testimonios de SNH al exponer que se sentirían incompletas sino fueran madres. Soy madre, luego existo. Acabo de desaparecer.

Por otro lado, si seguimos su argumento del derecho s ser padre o madre, nadie les niega la posibilidad esa posibilidad, ya que tienen la vía de la adopción. Los testimonios de los padres de intención comentan acerca de lo dificultoso que resulta un procedimiento de este tipo. En ese caso, tal vez deberían encaminar sus reivindicaciones hacia mejorar los trámites de los procesos de adopción y no atrincherarse en posturas irreconciliables que incluso llevan a manifestar un triste enfrentamiento entre mujeres. Igual que ellos esgrimen el derecho a formar una familia, lo mismo un sinfín de niños podrían esgrimir el derecho a tener una.

En mi opinión, antes que un problema sobre el proceso dificultoso que supone la adopción, se trata de una cuestión de prevalencia del propio código genético, de lo hereditario. Me explico citando de nuevo a Silvia Federici[3] al referirse a las palabras de Marx, respecto del uso “de las mujeres en la familia burguesa, como productoras de herederos que garantizan la transmisión de la propiedad familiar”. La gestación subrogada, como perfecto exponente del devenir del sistema, se atiene a las condiciones que se derivan de la existencia de la propiedad privada.

En el caso de que esa transferencia que haga posible la consanguinidad, no se pueda realizar desde los propios medios físicos, la ciencia, largo tiempo al servicio del sistema, está dispuesta a resolverle la papeleta a unos cuantos, a los que lo puedan pagar.

El sistema, siempre atento a necesidades reales, creadas o ficticias, se hace cargo del negocio de las reivindicaciones de la clase pudiente de la sociedad. Aunque testimonios de los padres de intención de SNH, aseguran que no se trata de una posibilidad al alcance de unos pocos (una pareja joven comenta: “ahorramos 100.000 euros, cuesta mucho”), la verdad es que resultan obscenas las cifras que se barajan y que por supuesto resultan inalcanzables para el común de los mortales, ya sea mediante un irreal ahorro o préstamo bancario.

La voracidad del sistema en el que vivimos, ¿consumimos?, está acabando con la práctica totalidad de los recursos del planeta, así que parece que ahora se trata de consumirnos a nosotros mismos, de consumir a los menos favorecidos (úteros, riñones, hígados), en una suerte de antropofagia consumista de comercialización de deseos.

Sinceramente, consideraciones éticas, morales, de derechos de los más desfavorecidos, no parecen presentar la gestación subrogada como algo demasiado aceptable. Pero es que además tanta regulación, tanta complicación desde antes de llegar a este mundo, tanta higiene legal … Cuando la vida es sangre, moco y llanto desde ese minuto uno en que a uno lo depositan junto al pecho de la madre que lo parió.

¿De verdad que la culminación de un deseo como la maternidad o la paternidad deben depender de tantos pasos intermedios: abogados, psicólogos, padres de intención, gestante, donante, gestores, asesores, agencias, clínicas de fertilidad? Tanta mediación hace que el asunto se parezca más a un conflicto que al logro de una ilusión finalmente alcanzada.

Sin embargo, la maternidad / paternidad mediante gestación subrogada es otra cosa. El acceso a tal posibilidad se convierte en un tránsito, ¿peregrinaje?, que parece aconsejar los servicios de estos profesionales. A fin de cuentas, como ya hemos ido dejando claro, se trata de un contrato. Así que al igual que en un contrato de alquiler más vale delimitar el alcance de responsabilidades y obligaciones de cada una de las partes para no poner en riesgo la fianza depositada en útero ajeno.

Se gesta a los embriones de los otros. Con todas las garantías.



[1] Las mujeres gestantes utilizan la palabra devolución para enfatizar el hecho de que se trata de un niño que no es suyo.
[2] Silvia Federici. “Calibán y la bruja”. Capítulo II, página 28
[3] A lo largo del capítulo II del libro de Federici, se nos explica la explotación, degradación y utilización por parte del incipiente sistema capitalista.
https://es.wikipedia.org/wiki/Mater_semper_certa_esthttps://surrofair.com/profesionales-intervienen-la-gestacion-subrogada/