El motín de Versace
“Ciudadano es el que participa de la facultad de legislar y juzgar”
Aristóteles (1)
Si el “Mejor Alcalde de Madrid”, alias Carlos III de España, levantara la cabeza y viera que más de dos siglos después de que su ministro de hacienda proclamara el bando que prohibía el uso de capa y chambergo, unos fantoches ataviados con banderas españolas preconstitucionales a modo de capa y enmascarilladamente embozados protestan soliviantados por las calles de Madrid, pensaría, acaso, que la historia se repite.
El suceso histórico al que me estoy refiriendo es el conocido “Motín de Esquilache”, así llamado por tener como objetivo de la cólera y reivindicaciones de los madrileños al famoso Marqués de Esquilache. En aquella ocasión, y como ya adelantábamos en el párrafo introductorio de este artículo, el detonante de la revuelta fue la prohibición de uno de los atuendos habituales de aquella época, la capa larga y el sombrero de ala ancha. El aparente motivo de tal orden fue el de acabar con la inseguridad que tal vestimenta supuestamente fomentaba al facilitar el anonimato de los presuntos delincuentes. En 2020, sin embargo, el embozo ha sido prescrito de forma obligatoria por las autoridades precisamente por lo contrario, es decir, para preservar la seguridad, en este caso, sanitaria de los ciudadanos. Anécdotas aparte, esta no es la mayor divergencia entre la protesta de hace tres siglos y la que nos ocupa en el momento actual. El punto notorio y principal que las aleja es que, al margen de que la versión oficial de la época atribuyera a intrigas palaciegas varias el origen del motín contra el ministro siciliano, la verdad es que la rebelión ocurrida en 1766 fue de iniciativa popular. La carestía y privación a la que estaba sometido el pueblo madrileño hizo que las protestas desencadenaran uno de los, desgraciadamente, clásicos motines de subsistencia de la época. El alto precio de productos de primera necesidad, cuyas causas principales fueron una temporada de malas cosechas y el acaparamiento del cereal por parte de los grandes propietarios tras la liberalización del mercado del grano promulgada por Esquilache (2), convirtieron al ministro en diana principal de las reivindicaciones. Si bien es cierto, que la situación fue aprovechada por diferentes personajes de las altas esferas, entre los que se encontraban el Duque de Alba y el Conde de Aranda, en pos de sus propios intereses, la revuelta fue de origen intrínsecamente popular.
Sin embargo, las protestas acaecidas estas últimas semanas, tanto la del elitista barrio de Salamanca como la manifestación promovida el pasado fin de semana por VOX, forman parte de estrategias verticales que pretenden seguir una dirección desde el vértice hasta la base, es decir, desde los sectores acomodados hasta los más populares. La previsible recesión que se nos viene encima tras el frenazo que ha desencadenado la pandemia en la economía internacional y las medidas sociales previstas por el actual gobierno que incluyen la puesta en marcha del ingreso mínimo vital, han supuesto la excusa perfecta para lanzar toda la carga contra el gobierno de coalición de PSOE y Podemos. El objetivo de estas protestas no es otro sino el de instrumentalizar políticamente el desconcierto, el miedo y el descontento, lógicos, que se viven entre la ciudadanía. Teniendo en cuenta que VOX es la tercera fuerza en número de escaños en el Parlamento de nuestro país, podemos deducir que los votos que han aupado a esta formación van más allá de las fronteras del barrio de Salamanca y que hunden sus raíces hasta en el mismísimo Carabanchel Alto. Esta pandemia se ha convertido en la tormenta perfecta. En cuanto a desestabilizar gobiernos elegidos democráticamente que amenazan sus intereses, no me parece impropio, teniendo en cuenta los mimbres de esta formación, traer a colación lo sucedido tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936 cuando desde la Falange se dedicaron a pergeñar todo tipo de acciones destinadas a acabar con el gobierno republicano de Manuel Azaña, tales como acusarlo de comunista y de seguir los dictados de la URSS. Se dice que los pueblos que no conocen su historia están destinados a repetirla y, sin duda, el nivel de analfabetismo histórico, y de otras índoles, de nuestro país es terrorífico, desconocimiento que es terreno abonado para las semillas venenosas que siembra la ultraderecha. Es desde esta ignorancia desde donde cunden las proclamas de Rocío Monasterio, cuando concluye que el gobierno nos tiene sometidos a un estado de excepción mientras ella se manifiesta a sus anchas alentando a saltarse las medidas de esta alerta sanitaria, mientras que los suyos, decretaron un auténtico estado de excepción en enero de 1969, 30 años después de finalizada la Guerra Civil, con la clara intención de coartar la libertad de expresión ante las protestas del movimiento estudiantil. Escalofriante…
Como escalofriante es, pensar que esta crisis podría estar gestionada por otro tipo de coalición que los incluyera a ellos. No es la intención, no obstante, de este artículo valorar la gestión que de esta crisis ha llevado a cabo el gobierno. Creo que son variadas las críticas que se le pueden achacar, pero, insisto no es objeto de este texto entrar en la actuación de Sánchez y su equipo, tiempo habrá de profundizar en ello más adelante. Lo que ahora me preocupa es que, ante la inminente crisis económica que se cierne sobre nuestras cabezas, mis compatriotas puedan llegar a pensar que en otras manos estaríamos mejor, así como que esta crisis hubiera estado mejor dirigida por aquellos que con sus recortes diseñaron un escenario que la ha complicado, dramáticamente, aún más. Lo que me inquieta es que haya gente que aplauda a Casado cuando dice que el ejemplo a seguir es el de la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, insigne representante de la función pública que asegura que los techos altos de IFEMA ayudaron a la recuperación de los enfermos y que la “D” de las siglas del virus se refiere a la fecha de inicio de su propagación. Si los madrileños de hace tres siglos se encontraban bajo el gobierno de lo que se definió como despotismo ilustrado, los del siglo XXI se hallan bajo el mando del “despropositismo desinformado”. Si el lema del despotismo ilustrado era “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, ahora es “todo supuestamente para el pueblo pero con su connivencia e ignorancia”. Es importante recordar que tras el motín de 1766, el rey, huido a Aranjuez, concedió todas las reivindicaciones exigidas, pero que cuando el Conde Aranda sustituyó al desterrado Marqués de Esquilache, el edicto del rey quedó anulado; Madrid se convirtió en una plaza militarizada con la vuelta de la guardia valona y los precios de los alimentos siguieron altos. Pero los tiempos han cambiado y no existe motivo para la preocupación, el abastecimiento en Madrid está garantizado gracias a los menús de Telepizza de los que tanto se precia Ayuso y porque el tataraloquesea de Carlos ha ido a Mercabarna a felicitar a los que se parten el lomo cada día mientras Letizia le dice a Leonor que sople si la sopa quema. Aunque atención, no se dejen engañar por el más infame casticismo populachero de la ex-community manager de Esperanza Aguirre cuando asegura que los niños madrileños están “jartos” (es realmente emocionante el adecuado manejo que tiene de nuestra lengua) de estar encerrados, ella también amenaza, “lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma”. Así, al más puro estilo del fundador de su partido cuando dijo aquello de “la calle es mía”.
El Motín de Esquilache tuvo lugar en pleno Siglo de las Luces, momento en el cual se reivindicaba el triunfo del logos. En nuestros días, sin embargo se apela al pathos, a la emoción, incluso se va más allá, en un ejercicio de puro despojo intelectual, se apunta directamente a las vísceras. Sin embargo, y a pesar de que todos, en mayor o menor medida, estamos desconcertados, cansados, perdidos, es justamente ahora cuando deberíamos reflexionar más para no dejarnos arrastrar por la emoción más desbordada. Desde que se inició el confinamiento, ha sido interesante navegar, intentando sortear todo tipo de escollos, por las diferentes reacciones que la gente ha ido compartiendo en sus redes sociales. Me ha llamado particularmente la atención comprobar cómo personas que se alinean del lado de posiciones progresistas o de izquierdas han compartido informaciones absolutamente descacharrantes, tanto por su valor ético como informativo, que han sido difundidas por medios o fuentes opuestos a sus endebles “fundamentos” ideológicos, dejando en evidencia, que los valores sí tienen precio cuando se trata de los intereses particulares. De igual manera, ha sido patético el cierre de filas sin fisuras que se ha producido en torno a la destitución del coronel Pérez de los Cobos desde las filas de los, previsiblemente, votantes de la coalición al mando del gobierno cuando, al margen de la veracidad del informe redactado por una unidad de la Policía Judicial, es evidente que su destitución se ha producido por motivos políticos; cuando ese trata de “los nuestros”, nos ponemos las orejeras y seguimos la senda por otros trazada. “Sapere Aude”, “atrévete a saber”, nos animaba el gran pensador de la Aufklärung alemana, Immanuel Kant. No nos dejemos arrastrar por consignas que no nos pertenecen o que no soportan ni el primer combate dialéctico con nuestra propia reflexión personal.
En la película de Josefina Molina dedicada al controvertido marqués siciliano, hay una escena en la que el Marqués de Ensenada (Ángel de Andrés) le dice a Esquilache (Fernando Fernán Gómez), “el pueblo siempre es menor de edad”. Este responde, “pero no porque siempre es menor de edad, sino porque todavía es menor de edad”. En el momento actual, y dada la irresponsabilidad política y personal a la que hemos llegado, soslayando la posibilidad de tomar decisiones cuyo alcance vaya más allá de nuestra burbuja solipsista, tal vez habría que darle la razón a Ensenada. No hay que dejar de considerar, no obstante, que, en esta época donde desde las diferentes ofertas tecnológicas se nos inunda a inputs y se nos satura de datos, es del todo comprensible que nos sintamos aturdidos a la hora de seleccionar, de discriminar, de decidir, pero una cosa es eso y otra bien distinta dejarse embriagar por las notas, en muchos casos chirriantes, de cualquier diletante candidato a flautista de Hamelín. Esa es la opción cómoda, fácil y a la que el sistema, ingeniosamente perverso, nos aboca cada vez más. El ocio, el teletrabajo, la protesta, todo está en la red, todo a un golpe de click. Nuestra relación con el afuera está mediada por la pantalla, mostrándonos una realidad aséptica que no mancha ni salpica. El confinamiento es anterior a esta pandemia, es un espejo gigante donde queda reflejada una dinámica relacional que ya era cada vez más virtual. Si al encierro le añadimos además la desconfianza que ha generado esta crisis en el plano personal, esta reclusión en nuestras celdas abona el camino hacia la disgregación y hacia la desactivación política y social, el ágora parece definitivamente perdida (3). Unas celdas que, por otro lado, nada tienen que ver con aquellas donde se recluían nuestros místicos en la búsqueda de la perfección espiritual, sino en las que se prima la satisfacción de una materia que se aleja de la corporeidad, de la sensación y de la emoción del otro, en la búsqueda incesante del estímulo que está por llegar. La red es la caverna platónica y la pantalla, la pálida sombra de la realidad. Mirar afuera es arriesgarse a que nos ciegue el brillo de la reflexión, de la duda, de la vida, que nos cuestiona y nos apela a cada instante. Atemorizados ante lo que implica la decisión, la libertad, confiamos en algoritmos que predicen nuestros gustos y hasta nuestros miedos. Ensenada tenía razón, somos una sociedad infantilizada. Infantilizada y de idiotas (4)
Y sin embargo, urgen más que nunca ciudadanos mayores de edad, aquellos que dudan, que cuestionan, que ponderan diferentes alternativas y son ecuánimes en el juicio a los demás. El lamentable y bochornoso espectáculo al que nos someten a diario nuestros infames representantes políticos, en un continuo enfrentamiento directo a la yugular, debería hacernos reaccionar, salir de la platea en la que cómodamente nos hemos pertrechado como espectadores, cuando en realidad no somos más que las marionetas de un guiñol que otros mueven a su antojo. Títeres sin cabeza, sólo cuerpo del Estado, del gran Leviatán. Que piensen otros, “que para eso les pagamos”. Y ahí están, recibiendo estipendios escandalosamente obscenos, encumbrados por nosotros mismos en una posición de prestigio económico, social y; oh Palas Atenea, líbranos del mal; intelectual.
Tal y como comenta Pedro Olalla en su libro Grecia en el aire (5), el gobierno de nuestra sociedad se asemeja más a aquel senado romano compuesto por patricios que a la democracia de la polis ateniense, donde ser ciudadano te confería el privilegio de participar activamente en la vida política, donde cualquiera podía proponer una ley que más tarde sería sometida a votación en la Asamblea; hoy en día nuestra sacrosanta Constitución está prácticamente blindada, atada y bien atada, ante cualquier tipo de reforma. Cierto es que no se puede equiparar la organización de nuestros modernos estados al gobierno de aquella tierra ática, cuna expoliada y esquilmada de nuestra civilización, pero como reflexiona de nuevo Olalla al recordar aquel tiempo mítico, a la vez que nos invita a buscar mecanismos que vuelvan a dotar de significado a nuestra democracia,“tal vez pueda decirse, […] que aquellos hombres [….] vivieron demasiado para el Estado; pero cabría preguntarse si nosotros, en nuestra acomodada renuncia, no estaremos viviendo en exceso … para el sistema (6).
Dejemos de ser súbditos y seamos ciudadanos.
(1): Aristóteles, Política, 1275b18
(2): El acaparamiento del producto tenía como objetivo ver aumentado su precio
(3): El historiador Álvaro París Martín habla de la importancia de los vínculos sociales en la subsistencia cotidiana de la comunidad durante el siglo XVIII y cómo a partir de ellos es posible la movilización popular, citando como ejemplo el Motín de Esquilache: “El elemento que hacía posible sobrevivir en Madrid era la solidaridad entre los de abajo, los vínculos familiares y de paisanaje, las redes informales de microcrédito. Las fiestas, los juegos, las tabernas, la música y las conversaciones en los mercados o plazuelas, alimentaban la vida de unas comunidades populares que aún no habían sido sometidas a la disciplina y la moral capitalistas. Por eso la protesta (como se observa en el motín contra Esquilache) estaba inserta en los ritmos de la fiesta y la cultura popular.”. Fuente: https://somosmalasana.eldiario.es/lo-majos-y-las-manolas-podrian-ser-el-equivalente-de-los-canis-o-las-chonis-de-hoy/
(4): La palabra idiota proviene del griego ἰδιώτης (idiotes) y se usaba para referirse a aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados.El vocablo también era usado en latín y significa ignorante.
(5): Olalla, P. (2015). Grecia en el aire. Acantilado
(5): Olalla, P. (2015). Grecia en el aire. Acantilado
(6): Olalla, P. (2015). Grecia en el aire (p.73). Acantilado